Dedicado a mi amiga Rubia Beby.
No mal interpreten este post: amo a los animales.
Aprecio desde su pureza hasta su instinto por sobre la falaz moral humana. Sin embargo, así como amo a los animales odio los convencionalismos falsos. Hoy hablaremos del oso de peluche.
Cuando niños solemos adaptar todos los datos que recibimos a la realidad que intentamos construir. La primera vez que llega un oso de peluche a nuestras manos, no cuestionamos la naturaleza del animal en sí. El peluche hará que sea vea tierno, cálido y receptivo.
Más tarde, nuestra adolescencia nos privará de la fantasía al ver un oso pardo devastar el cuerpo del hijo de un guardabosque en Norteamérica o, si tenemos peor suerte, descubriremos que los osos polares machos abandonan a su familia de inmediato para, luego, manifestar su canibalismo incluso sobre sus propios hijos.
El problema no son los clichés en sí, sino su falta de cuestionamiento. Del modo que se elige a un oso como juguete popular antes que a un inocente conejo, se elije la publicación de cifras falsas en el INDEC, los escándalos mediáticos para distraer la atención de sucesos relevantes, los dobles discursos presidenciales, la impunidad pública de las patotas, y el lavado de dinero mediante proyectos absurdos en detraimiento de aquellos urgentes.
Lo que me preocupa no es que alguien deje de cuestionar los convencionalismos por considerarlos “estúpidos”. El verdadero problema es que alguien deje de preocuparse por cuestionar las mentiras que venden por considerar “estúpido” intentar cambiar algo. No veo diferencia entre un imbécil con un oso de felpa en sus brazos, y aquella persona que deje de pensar por no luchar y de luchar por no pensar.
No mal interpreten este post: amo a los animales.
Aprecio desde su pureza hasta su instinto por sobre la falaz moral humana. Sin embargo, así como amo a los animales odio los convencionalismos falsos. Hoy hablaremos del oso de peluche.
Cuando niños solemos adaptar todos los datos que recibimos a la realidad que intentamos construir. La primera vez que llega un oso de peluche a nuestras manos, no cuestionamos la naturaleza del animal en sí. El peluche hará que sea vea tierno, cálido y receptivo.
Más tarde, nuestra adolescencia nos privará de la fantasía al ver un oso pardo devastar el cuerpo del hijo de un guardabosque en Norteamérica o, si tenemos peor suerte, descubriremos que los osos polares machos abandonan a su familia de inmediato para, luego, manifestar su canibalismo incluso sobre sus propios hijos.
El problema no son los clichés en sí, sino su falta de cuestionamiento. Del modo que se elige a un oso como juguete popular antes que a un inocente conejo, se elije la publicación de cifras falsas en el INDEC, los escándalos mediáticos para distraer la atención de sucesos relevantes, los dobles discursos presidenciales, la impunidad pública de las patotas, y el lavado de dinero mediante proyectos absurdos en detraimiento de aquellos urgentes.
Lo que me preocupa no es que alguien deje de cuestionar los convencionalismos por considerarlos “estúpidos”. El verdadero problema es que alguien deje de preocuparse por cuestionar las mentiras que venden por considerar “estúpido” intentar cambiar algo. No veo diferencia entre un imbécil con un oso de felpa en sus brazos, y aquella persona que deje de pensar por no luchar y de luchar por no pensar.