Olvídalo, no vas a entenderlo –dijo a su imagen en el espejo.
Quería penetrarla para sentirla en vez de observarla. Pensarla, analizarla, estructurarla, descuartizarla en ideas e imágenes carburadas en el deseo de fusionarse y dejar a un lado el tedio de su mente e explosionar su imagen como no imagen: el deseo.
Su relejo permanece perplejo, como si realmente no fuera a entenderlo. Olvídalo (al reflejo).
Pero no. Vuelve a observarla y odiar hacerlo. Quiere sentirla como si el flujo natural de ese proceso fuera inherente, mientras ella solo la piensa. Hermosa, cada parte de su cuerpo. Su delicada piel. Su aroma penetrante excitando todo sentido. Su cabello, el recorrido de su oreja, cada parte de sus labios, el modo por el que penetra su lengua. Imagina y siente, pero no siente.
Su imagen la observa porque ama hacerlo. Quiere pensar cada parte de su cuerpo. Quiere dejar de explorarla, penetrarla y sentirla un segundo para, entonces, poder pensar en todas las emociones que ella implica, cada rasgo de su personalidad, la sutil seducción de su andar, su rojo cabello enardeciendo sus clavículas, su modo de expresarse, su sonrisa aniñada, su mirada sugestiva, sus labios entreabiertos invitando al pecado. Deja de sentirla para pensar cómo la vive.
Ella mira a su imagen en el espejo. Quiere romper el vidrio. Sabe que noche y día pertenecen al mismo lugar, sentir y pensar, desear y amar, soñar y vivir, obscuridad y luz, simples caras de un mismo objeto. Entonces espera se fusione…
… Mientras mira a su reflejo se aleja, buscando sentirla. Su reflejo la siente, buscando observarla. Entonces ambas susurran: “Olvídalo, no vas a entenderlo.”
1 comentario:
Muy bueno
(perdón por los comentarios poco profundos, pero la hora me juega en contra para decir algo inteligente)
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