United Arab Emirates
"Life and death, energy and peace. If I stop today it was still worth it. Even the terrible mistakes that I made and would have unmade if I could. The pains that have burned me and scarred my soul, it was worth it, for having been allowed to walk where I've walked, which was to hell on earth, heaven on earth, back again, into, under, far in between, through it, in it, and above." - Gia Carangi

4.9.09

A través del espejo

Estaba por seguir una nota en Facebook en la cuál se seleccionan 15 libros que han marcado nuestras vidas.


Cuando debo categorizar los libros más relevantes de mi vida, me invade una sensación tremebunda de hegemonía intelectual.


Pienso que sociedad obliga a nombrar autores de categoría intelectual. Siento que, de algún modo, ser lector es la denominación social que se impone a quién consume novelas.


¡Vamos! Ser lector suena tan idiota como afirmar que alguien tiene pulso sanguíneo o suele respirar. A no ser que, objetivamente, hablemos de alguien analfabeto o ciego –siendo que un ciego puede efectuar audio lectura- la afirmación es triste y mediocre.


¿Por qué nombrar a Mishima o a Rubén Darío me darían más status que quién lee todos los diarios por la mañana? ¿Por qué la novela clásica es más válida que la poesía de libre asociación?


Si tuviera que pensar en los parámetros, elegiría comenzar por Confesiones de una Máscara y proseguir con los otros cuatro títulos que tengo de un sublime Nacionalista que se suicidó cometiendo el Harakiri en nombre de la tradición. Si quisiera, nombraría el hecho de que conozco el 100% de la literatura escrita por Cortazár, alegando algunas obras de Bórges, Arlt, García Márquez -quién me aburre a muerte-, Silvina y Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik y Macedonio Fernández. Podría cincelar inclinaciones a la poesía Barroca con Rubén Darío y Herrera Reissig o la vanguardista con Tzara y Pizarro.


Podría, también, decir que admiro la capacidad de simplificar la sintáxis que contrasta con un contenido realmente complejo –una suerte de barroco conceptual pero minimalismo expresivo- de Bórges. Pero mentiría si no confieso que mi temperatura se eleva ante la compleja magnificencia barroca de Herrera Reissig o que, por trillado que suene, envidio el modo perfecto y bien logrado por el que J.K. Rowling logra imantarte a cada una de sus páginas, sedienta de aventuras, fusionada en la historia.


Nietzche queda bien en el Gran Currículum del Intelectual pero sé que decepcionaría a todos al confesar que tengo la tendencia poco Bobo de preferir Mi hermana y yo sobre El Anticristo. Si bien esto podría ser mal recibido, nada sería tan grave como admitir que Ariel Arango en Malas palabras, las virtudes de la obscenidad me entretuvo y desquició la psíquis con su increíble análisis intelectual del vulgo Argentino, relacionándolo con el psicoanálisis, como ningún otro.


Sé que Edgar Alan Poe es todo un hito y no lo niego, su narrativa hace pensar en una bizarra forma de Emo Elevado. Sin embargo, creo que la capacidad enroscada y rococó de Danatien Alphonse Francoise de Sade puede pecar por seductora y nauseabunda obsesión grotesco-erótica pero penetra todos los sentidos y los descuartiza en un orgasmo explosivo, contrario a Poe que solo describe escenarios.


Otra bonita anécdota sería que leí Sueño de una noche de verano ocho veces seguidas durante un verano en el que cuidaba a mi abuelo enfermo de cáncer. Lamentablemente, tendría que ser honesta y decir que, si bien las obras de Shakespeare son exquisitas, el Diccionario de Citas Científicas de Alan Mckay le ganó por unas cuatro. Claro que ambos no se comparan pero, si tuviera que elegir, prefiero el éxtasis de los quotes de Einstein a las líneas de diálogo de Helena.


Ya que estamos, no sería grave declarar que los tres libros de terror de Elsa Bornemann (Socorro, Socorro 10, Queridos Monstruos) me parecen harto mejor logrados que cualquier tipo de terror para adultos. Básicamente, su modo infantil de expresar el terror incluye cualidades inherentes al mismo. La sorpresa, el extremo, el miedo humano, la humanización de objetos, la pérdida, la venganza, la piedad, la violencia, la despersonalización están presentadas de un modo que genera el shock necesario, sin rodeos ni simbolismos inútiles de la literatura de horror adulta. Dentro del mismo rango –aunque tengo mis tomos predilectos- se encuentran La calle del terror y Escalofríos de R.L Stine.


Claro que no mentiría si dijera que mi escritor predilecto es Yukio Mishima por su sublime prosa, el modo por el que deleita las dendritas con sus descripciones cargadas de pasión -ya sea en dolor o en lujuria- y su espléndida biografía que carga de contenido la obra. A su vez, hipócrita sería negar que La Miscelánea Original de Schott de Ben Schott me pareció una obra de arte recopilatorio que me merece el mismo reconocimiento por su aporte a la curiosidad, si bien no admiración política.


Cuando alguien osa denominarme lectora, hago una mueca con la comisura derecha de mis labios y pienso cuán estúpido sería que me juzgue por la hegemonía intelectual. Sé que tendré mis méritos en autores de renombre pero no es lo que me define. Mi identidad está en “sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones (no) crean una verdad” o “and if he left off dreaming about you, where do you suppose you’d be?” cada vez que abrazo, con libertad, cada palabra que se plasmó en mi amor por la literatura.